martes, 3 de octubre de 2017

Introducción al diseño moderno japonés, III

La silla en Japón, 1
En el artículo anterior hablé muy rápidamente de la evolución de la silla en Occidente desde mediados del siglo XIX hasta los años setenta del XX, y ahora debo hacerlo de la que tuvo en Japón, o mejor dicho de cómo los japoneses pasaron de no utilizar sillas a usarlas, un cambio mucho más drástico y de consecuencias mucho más profundas de lo que nos pueda parecer a simple vista.

Retomo ahora el último comentario de mi anterior artículo, en el que explicaba que, en los años sesenta del pasado siglo XX, los diseñadores occidentales intentaron cambiar la forma de sentarse de la gente diseñando sillas de formas, digamos, extravagantes.

Pero esa presión sobre el usuario para que dejara de lado algunas de sus costumbres más ancestrales, como es la manera de sentarse, se produjo en Japón mucho antes. Durante casi un siglo, desde el último cuarto del siglo XIX hasta la década de los sesenta de la centuria pasada, los japoneses pasaron de tener un punto de vista situado a unos ochenta centímetros del suelo, a tenerlo a un metro treinta. Esa es la diferencia de altura a que se encuentran los ojos entre estar sentado sobre un tatami o en una silla, una medida que influye, y mucho, en todo el entorno arquitectónico. Más adelante me extenderé sobre este aspecto.

Sentados sobre un tatami
A diferencia de Occidente, a lo largo de la historia de Japón, tanto el pueblo llano como las clases altas siempre se sentaron en el suelo, sobre los tatami, algo que no se dio en China. Por ese motivo, el cambio que se les proponía con la modernización y la adopción de la costumbre de sentarse en sillas resultaba enormemente radical, pues iba en contra de unos usos y costumbres forjados durante siglos.

Comiendo arroz, c. 1890. Foto: Wikimedia Commons.

Toda la arquitectura japonesa y por supuesto todas las estancias se construían teniendo en cuenta ese punto de vista que se obtenía al sentarse en el suelo. Por ejemplo, las pinturas se colgaban en el tokonoma a la altura justa para ser contempladas estando sentado en el tatami, pero no en una silla ni de pie. Y lo mismo sucedía con el jardín exterior y cómo se componían sus elementos. Todo se organizaba partiendo de esa posición.

En Japón, ese proceso de adaptación, ese cambio de sentarse en el suelo a hacerlo en sillas duró casi un siglo, desde la apertura de sus fronteras en 1868 hasta bien entrados los años setenta del pasado siglo, cuando en la arquitectura nipona todavía seguían construyéndose edificios con habitaciones de tatami, un tipo de pavimento incompatible con cualquier mobiliario con patas, especialmente las sillas.

Un reservado del restaurante Hatakaku, Kioto. Foto: traditionalkyoto.com

En Japón, para sentarse en los tatami se utiliza un cojín cuadrado y no muy grueso, llamado zabuton, que vemos en la anterior fotografía de un restaurante tradicional de Kioto.

Modernamente, gracias a los sistemas de curvado de madera laminada, se creó un pequeño adminículo denominado zaisu, que consistía en una única pieza que formaba el asiento y el respaldo, pero sin ningún tipo de pies o patas. Sin duda, el poder apoyar la espalda, aunque fuera solo de vez en cuando, hacía algo más cómoda esa posición.

Fujimori Kenji (Takeshi): zaisu de madera de zelkova, 1961. 
Medidas: 33x49 cm, respaldo 40 cm. Foto: rakuten.co.jp

En la fotografía anterior se muestra una de las muchas versiones de un zaisu, un elemento extremadamente sencillo y funcional que, además, es apilable y fácilmente trasladable de un lugar a otro. Muy a menudo, como se aprecia en esa ilustración, en la zona del asiento se crea un agujero que sirve para fijar un cojín y al mismo tiempo reducir su deslizamiento sobre el tatami. Este tipo de “asiento sin pies” pone en evidencia la importancia que tienen las patas de soporte en el aspecto final de las sillas.

Ryokan Hiiragiya, 1818, Kioto. Foto: Hiiragiya.

En la ilustración anterior del célebre ryokan Hiiragiya de Kioto, gracias a que la fotografía se ha tomado con el punto de vista adecuado, como si estuviéramos sentados en el suelo, se observa perfectamente que todo está diseñado teniendo en cuenta el punto de vista de una persona sentada en el tatami: la altura del techo, la situación de la pintura en el tokonoma, incluso el alero de la cubierta. Desde esa posición, el borde de su voladizo queda a la altura justa para ocultar el paisaje exterior por encima de la valla el jardín, pero permite contemplar toda su vegetación, cosa que no sucede cuando estamos de pie.

En el siguiente artículo me centraré ya en cómo se introdujo la silla en Japón en la segunda mitad del siglo XIX y el valor simbólico que representaba, algo impensable en Occidente