martes, 3 de febrero de 2015

Pintura japonesa: la escuela Kanō, I

Los inicios de la escuela de pintura Kanō 
La semana pasada comencé a hablar de las escuelas de pintura Tosa y Kanō, hoy lo haré de la obra de los dos forjadores de esta última: Kanō Masanobu y su hijo Kanō Motonobu. 

Kanō Masanobu (1434-1530) 
Kanō Masanobu fue el patriarca de la estirpe Kanō y fundador de la escuela que lleva su nombre. Decoró varios palacios de Ashikaga Yoshimasa y en concreto, en 1485, el famoso Togudō en el jardín del Pabellón de Plata en Kioto.

Tras haber estudiado con Shūbun, las primeras obras de Masanobu recordaban las pinturas monocromas chinas en las que se representaba a ermitaños entre paisajes idílicos. Una de las pocas que han llegado hasta nuestros días se reproduce en la fotografía siguiente.

Kanō Masanobu:
Zhou Maoshu contemplando lotos,
s. XV, tinta y color sobre papel, 85x33 cm.
Museo Nacional de Kyūshū. 

Foto: Wikimedia Commons.
La composición de Masanobu, inspirada claramente en modelos chinos de la dinastía Song (960-1279), nos sitúa en un paraje al borde del meandro de un río sobre el que un gran sauce extiende sus ramas mecidas por el viento. Cerca de la orilla, un bote con dos personas se aleja entre flores de lotos. Hay consenso en que el individuo de la izquierda es Shu Moshuku (1017-1073), un erudito neoconfucionista chino muy conocido entre intelectuales y monjes zen japoneses del periodo Muromachi.

Kanō Motonobu (1476-1559)
En 1530, Kanō Motonobu heredó de su padre el cargo de maestro jefe del taller de pintura donde trabajaban su familia y un buen número de asistentes. Su obra, principalmente monocroma o con discretos toques de color, fue muy apreciada en su época y sentó las bases de lo que sería el característico estilo de la escuela Kanō.

Uno de los primeros trabajos de Motonobu lo realizó en la residencia del superior de Daisen-in en Kioto, con motivo de la fundación de ese templo en 1513. La obra la ejecutó sobre los ocho paneles de cuatro puertas correderas de dos hojas y reflejaba en cada una de ellas una época del año a partir del recurrente tema de Flores y pájaros de las cuatro estaciones, un título con el que nos encontraremos muchas veces al hablar de pintura japonesa.

En el siglo XX, con el fin de garantizar su conservación, esas pinturas se remontaron una a una en formato enrollable y se repartieron entre los museos nacionales de Kioto y Tokio; de ahí que en las reproducciones no aparezcan los tiradores rehundidos de las puertas originales.

Kanō Motonobu: Flores y pájaros de las cuatro estaciones, 1513, cuatro paneles de los fusuma,
139x170 cm. Daisen-in, Daitoku-ji, Kioto. Foto: Wikimedia Commons.

La obra de Motonobu en Daisen-in marcó un punto de inflexión en la manera de tratar el paisaje en la pintura japonesa. En primer lugar, su composición desplazaba el protagonismo que hasta entonces se otorgaba a las vistas lejanas de montañas, bosques y ríos, para concentrarlo en árboles y flores situados en primer plano, como si estuvieran al alcance de la mano del observador. Por otro lado, esos elementos podían ser de un tamaño enorme, hasta el punto de que los árboles apenas cabían en el encuadre. Su exagerada pero imponente presencia se convertía en una parábola de la personalidad que se deseaba imprimir a la obra y por ende a la estancia donde se situaba.

A partir de Motonobu, los enormes troncos de pinos y cipreses, a veces incluso más gruesos que el modelo original, se utilizaron como centro o eje, nunca simétrico, sobre el que pivotaba la composición, algo que Sesshū ya había empleado en el biombo que comenté hace dos semanas, una obra con el mismo título de Flores y pájaros de las cuatro estaciones. Motonobu dibujó las piedras situadas en la zona inferior de las puertas correderas de Daisen-in con pinceladas en diagonal y cortantes aristas que recordaban las maneras de Sesshū, aunque la profusión de elementos y el detalle en la representación general alejaban definitivamente sus planteamientos de los de aquel, tal y como se aprecia en la ilustración siguiente que reproduce la hoja izquierda de la anterior fotografía.

Kanō Motonobu: Flores y pájaros de las cuatro estaciones, 1513,
detalle de la hoja izquierda
, 139x170 cm. Daisen-in, Daitoku-ji, Kioto. 
Foto: Wikimedia Commons.

En la pintura de estilo chino, las flores y plantas se consideraban elementos secundarios. Sin embargo, con Motonobu aparecieron por primera vez en el arte nipón árboles y animales de gran tamaño que, imbuidos de una presencia y protagonismo notables, se convirtieron en uno de los rasgos identitarios de la escuela Kanō. Los árboles de enormes troncos, las plantas y flores de color y las sólidas rocas casi siempre otorgaban "peso" o materialidad al tema al mismo tiempo que se aproximaban hacia el observador reduciendo la profundidad de la composición. A los Kanō apenas parecía interesarles lo que acontecía en la lejanía.

Con esos planteamientos, los marcos de las puertas correderas se transformaron en verdaderas ventanas que encuadraban una naturaleza cercana que parecía penetrar en la estancia. El fenómeno de la disolución de la frontera entre el interior de un edificio y el exterior del jardín, tan presente en la arquitectura y jardinería japonesas, (véase este artículo) se reproducía de nuevo, esta vez gracias a la pintura de los Kanō. Volvían a desaparecer los límites, aunque estábamos en una habitación las flores y plantas parecían encontrarse al alcance de la mano.

A finales del periodo Muromachi, Motonobu había logrado crear una nueva forma de pintura sobre puertas correderas o biombos. Gracias a dos sucesores suyos, Kanō Eitoku y Kanō Sanraku, de sus talleres saldrán algunas de las más representativas obras de todo el arte japonés del siglo XVI. De esos artistas hablaré en los artículos siguientes. El primero de ellos aparecerá el martes próximo.

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