martes, 14 de julio de 2015

Pintura japonesa: el grabado japonés ukiyo-e, II

La pintura en el periodo Edo, características del grabado ukiyo-e
La semana pasada inicié esta serie que consagro al ukiyo-e. El de hoy es el último artículo que dedico a comentar algunos conceptos generales a modo de introducción. El martes próximo ya empezaremos a ver la producción de los artistas más representativos.

Custodia de las obras
En general, las obras pictóricas suelen ser piezas únicas que se exponen en algún museo o institución o forman parte de colecciones privadas. Por ese motivo, cuando se ofrece la información de sus características siempre se incluye el lugar en el que se exhiben o custodian.

Sin embargo, cuando se habla del grabado japonés, como ocurre con el de cualquier otro país, ese dato ya no tiene tanta relevancia, pues no se trata de obras únicas, sino de ejemplares procedentes de una edición para la que se ha impreso un número determinado de láminas. Incluso es posible que se hayan realizado posteriores “tiradas” a partir de las planchas originales.

Por ese motivo, en las ilustraciones de xilografías que insertaré en este blog no voy a incluir en su pie de foto ninguna referencia al museo o propietario de la obra en cuestión, dado que en la mayoría de los casos esa estampa puede encontrarse en varias pinacotecas y colecciones públicas o privadas, tanto japonesas como occidentales.

Calidad de un ukiyo-e
El gran éxito popular que obtuvo el ukiyo-e durante el periodo Edo hizo que los editores lanzaran más y más tiradas que en algunos casos ya no alcanzaban un nivel de ejecución óptimo. Como consecuencia de ello, hay que aceptar que no todas las estampas de una determinada obra son de la misma calidad. Aún digo más, en no pocas ocasiones las diferencias son muy evidentes.

La causa de esa diversidad puede ser una plancha desgastada, un papel de mala calidad, pigmentos mediocres, registro inexacto, deficiente conservación, degradación de los colores, manchas, hongos y un largo etcétera. Esos factores son los que hacen que dos láminas de una misma obra puedan tener aspectos y, como consecuencia, precios muy dispares.

Sirva este comentario para dejar claro que si en las reproducciones tipográficas o electrónicas de un cuadro al óleo, es decir, una obra única, puede haber diferencias notables, en el caso de los grabados polícromos japoneses llegan a ser gigantescas. Las dos ilustraciones que muestro continuación son solo un ejemplo de esa enorme disparidad, y más cuando la primera de ellas es una estampación del siglo XX, es decir, una copia moderna, aunque de calidad. 

Hiroshige: Mariko de la serie Las 53 estaciones del Tōkaidō, 1833-34, xilografía, 25x35 cm. 
Foto: Wikimedia Commons.

El proceso de estampación
En una xilografía intervenían, en primer lugar, el pintor que realizaba lo que hoy día diríamos el diseño o la composición, es decir, el dibujo coloreado. A continuación, un grabador tallaba las planchas de madera, una para cada color, siguiendo las líneas de ese original. Esa labor requería una técnica muy depurada y se complicaba notablemente cuando, en las obras más complejas, se debían de crear más de diez planchas, tantas como colores de la estampa finalizada. Hay que pensar que todas ellas tenían que “encajar o corresponderse” exactamente entre sí, para que no se produjeran desplazamientos de las zonas coloreadas en la hoja de papel. Finalmente, un impresor se encargaba de estampar las diferentes planchas sobre una misma lámina, una tras otra para cada color. Ese proceso debía repetirlo tantas veces como número de grabados decidía publicar el editor, es decir, quien pagaba a todos los que habían intervenido.

Nacimiento del ukiyo-e
Muchos de los libros editados en Japón a principios del siglo XVII ya contenían ilustraciones que, en muchos casos y para conseguir mayores tiradas, eran de paisajes famosos o festejos costumbristas. Poco a poco, las representaciones de celebraciones populares, muy apreciadas por su colorista carácter coral, se fueron decantando hacia otros temas no menos brillantes, como los relacionados con el mundo del entretenimiento. Así mismo, el aumento de su demanda propició que esas ilustraciones se “independizaran” del formato de libro para venderse como láminas independientes.

Actores de kabuki, luchadores de sumō y geisha aparecían cada vez más a menudo en grabados de gran cromatismo. Fue así como germinó el ukiyo-e, un espejo del deslumbrante ambiente que se respiraba en la bulliciosa Edo, una  efervescente urbe que remarcaba sus diferencias respecto a Kioto y Osaka, dos ciudades que mantuvieron gustos muy diferentes.

El creador del ukiyo-e
Asignar la paternidad del ukiyo-e no resulta fácil. Todavía no hace mucho se otorgaba ese mérito a Iwasa Matabei (1578-1650), aunque últimamente parece ya no ser merecedor de tal honor. El motivo no es otro que la difícil atribución de algunas obras, como las dos que presento aquí.

En las ilustraciones siguientes se muestra una de esas pinturas de autoría incierta: el Biombo de Matsuura, nombre de su antiguo propietario. Andes de nada, debo remarcar que no se trata de un grabado, sino de una obra única.

Atribuido a Iwasa Matabei: Biombo de Matsuura, 1650, 
tinta, color y oro sobre papel, biombo izquierdo, 153x363 cm. Yamato Bunkakan, Nara. 
Foto: Wikimedia Commons. 
Atribuido a Iwasa Matabei: Biombo de Matsuura, 1650, 
tinta, color y oro sobre papel, biombo derecho, 153x363 cm. Yamato Bunkakan, Nara. 
Foto: Wikimedia Commons. 


Iwasa había estudiado en la escuela Kanō de Kioto, pero en 1637 se trasladó Edo, ciudad que por esos años ya empezaba a ser un hervidero de nuevas ideas. Viendo esta obra, con su característico fondo dorado, no podemos dejar de pensar en los brillantes biombos de la época Momoyama que surgían de los talleres de los Kanō. Sin embargo, también posee otros rasgos que la diferencian de ellos. En primer lugar, las figuras son de un tamaño notable y sus atuendos adquieren un valor muy destacable en la composición. En segundo, no existe un “entorno” o paisaje como fondo, sino que solo aparece una superficie dorada sobre la que se recortan los brillantes kimono. Finalmente, los personajes se muestran casi siempre en actividades más o menos lúdicas, conversando, quizás escuchando música o simplemente acicalándose. 

El ambiente de la antigua Tokio que se reflejaba en este tipo de pinturas lo podríamos calificar como "chic" y sus personajes serían lo que hace ya bastantes años llamábamos "dandys", es decir, jóvenes elegantes pero un poco extravagantes, que vestían vistosos y coloristas kimono y se movían con indolencia, sabedores de estar a "la última". Por supuesto que eran individuos que conocían muy bien los ambientes más hedonistas de la vibrante ciudad. 

Todas esas características, y especialmente el comportamiento de tales personajes y su vistosa vestimenta, permiten emparentar esta obra con el estilo maduro de los ukiyo-e que iremos viendo a lo largo de esta serie. Se dice que sus figuras todavía no tienen la gracia, elegancia y sensualidad en las posturas tan características de los ukiyo-e, pero no me parece que esto sea muy definitorio, ya que estamos hablando de una semilla no del fruto maduro.

Es más, esa pretendida carencia empieza a no ser tal en la obra de la siguiente ilustración, el Biombo de Hikone, aunque de nuevo el problema surge cuando hoy día muy pocos especialistas se atreven a certificar que saliera de los pinceles de Iwasa Matabei. 

Atribuido a Iwasa Matabei: Biombo de Hikone, mediado s. XVII, tinta, color y oro sobre papel, 
94x279 cm. Museo del Castillo de Hikone, Shiga. Foto: Wikimedia Commons.

No se puede negar que las figuras, en especial la del casi narcisista personaje situado entre las dos mujeres de la derecha, están delineadas de forma muy sugerente, con ondulados perfiles que se recortan y destacan sobre el fondo liso. No sabemos si ese joven intenta seducir a sus compañeras o simplemente exhibir su casi amanerada elegancia, apoyado como está en su espada. Curiosamente, el grupo de la izquierda se encuentra frente a otro biombo en el que se observa una pintura paisajística, un interesante juego de la pintura dentro de la pintura.

Llegado a este punto y para no alargarme demasiado, creo que es mejor dejar para el martes próximo el entrar directamente en el mundo de la xilografía; así que, hasta entonces.

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