martes, 6 de enero de 2015

Pintura japonesa de tinta china: la sumi-e, V

La pintura japonesa de tinta china: los artistas de la sumi-e, los pioneros
Después de los cuatro artículos de introducción al mundo de la pintura japonesa en tinta china que finalicé la semana pasada, hoy debo hablar ya en concreto de algunos artistas de la sumi-e.

Durante la dinastía china Song (960-1279) la pintura de ese país alcanzó un muy alto nivel. Lo que verdaderamente distinguía a los artistas de esa época no era su evidente y depurada técnica, sino su especial preparación mental antes y durante la ejecución de las obras. De esa forma pretendían captar y expresar el sentido más profundo de la naturaleza, uno de sus temas preferidos. Ese tipo de planteamiento debía mucho al budismo zen que por esos años todavía gozaba de un buen predicamento en el gran país continental.

Los monjes chinos de la orden zen escogieron la pintura paisajística como la mejor manera de expresar la universalidad de la naturaleza y sobre todo su esencia espiritual, algo muy relacionado con su filosofía vital. De todos los maestros de la época Song que ayudaron a sus correligionarios nipones a entender y dominar su arte solo hablaré de uno, Mokkei, seguramente el que ejerció mayor influencia en Japón.

Muchos fueron los frailes japoneses que viajaron a China para estudiar la doctrina zen y la pintura paisajística. Uno de ellos, Mokuan, adquirió una gran reputación en ese país y nunca retornó a Japón. Comentaré su obra un poco más adelante. Sin embargo, la mayoría regresó, acarreando consigo obras de sus maestros que copiaron, asimilaron y reinterpretaron una vez establecidos en sus monasterios. Todos ellos entendieron que el arte era una forma más de transmitir su doctrina.

Mokkei (¿1210-1269?)
Mokkei (en chino Muqi o Muki) fue un monje pintor chino de quien se conserva unas obras en el templo de Daitoku-ji en Kioto que ejercieron gran influencia en la historia de la pintura de tinta china japonesa. 

La ilustración siguiente es de tres kakemono que forman un tríptico en el que se retrata a Guanyin, divinidad venerada tanto por budistas como por taoístas chinos y que en Japón se conoce como Kannon, flanqueada por unos simios y una grulla. Esas aves eran para el taoísmo símbolo de longevidad, mientras que el mono, en este caso arrullando a su cría, reflejaba la dedicación a las necesidades mundanas. 

Mokkei: Guanyin, monos y grulla, s. XIII, tinta sobre papel, 99x174 cm cada uno. 
Daitoku-ji, Kioto. Foto: Wikimedia Commons.

Pero la obra más conocida de Mokkei es, sin duda, Seis caquis, una espléndida pintura monocroma de tinta china que puede verse como una simple disposición de manchas de diferente densidad que representan a esos frutos dispuestos sobre un extenso fondo vacío.

Mokkei: Seis caquis, s. XIII. Daitoku-ji, Kioto. Foto: Wikimedia Commons.

Esta pintura se hizo famosa muy pronto por su delicado modelado, el contraste entre trazos gruesos y finos y la sensación de que, a pesar de que los frutos parezcan flotar sobre un fondo vacío, están perfectamente "asentados" sobre una base invisible. Hay que recordar que los caquis son una referencia estacional al otoño a menudo empleada en los poemas haiku, como este de Shiki Masaoka (1867-1902) que en japonés dice:

Kaki kueba
kane ga naru nari
Hōryū-ji.
y cuya traducción podría ser:

Mientras como caquis
suena la campana,
Hōryū-ji

Mokuan Reien (¿-1345)
Después de ordenarse como monje zen, en 1247 Mokuan viajó a China, donde pasó el resto de su vida. Una de sus obras más famosas es el Retrato del monje Hotei, donde presenta al personaje con una sonrisa que refleja su espíritu libre y despreocupada forma de vida. Hotei es el nombre japonés por el que se conoce a un bonzo chino del siglo X que forma parte de los denominados “siete dioses de la fortuna”, los cuales adquirieron fama en Japón entre artesanos y comerciantes a partir del siglo XVII. Suele representarse con un abultado saco, expresión feliz y a veces apuntando a lo alto, como en la obra siguiente.

Mokuan: Retrato del monje Hotei
32x80 cm, tinta sobre papel, s. XIV. 
Museo de Atami MOA. 
Foto: Wikimedia Commons.

En esta pintura, complementada con un texto caligrafiado, unos pocos trazos de gran densidad contrastan con otros mucho más diluidos y finos creando la sensación de solidez y pesantez de una figura que de otro modo parecería flotar en el aire. 

En la siguiente ilustración aparece otra de sus obras más célebres, Los cuatro durmientes. En este caso vemos a tres monjes, apoyados uno en otro, durmiendo sobre un tigre también adormilado. Los personajes, felino incluido, ocupan la parte inferior de la pintura conformando una densa pirámide. El tronco de un árbol y unas ramas secas apenas aparecen por el lado izquierdo. Los trazos del pincel son precisos y muestran una gran variedad de tonos, desde el negro profundo a la más clara veladura.

Mokuan Reien: Los cuatro durmientes
tinta sobre papel, 104x32 cm, siglo XIV.
Fundación Maeda, Tokio. 

Foto: The Huntington Archive, 
The Ohio State University. 

La interpretación zen de esta obra se encuentra en los versos caligrafiados por Shao-mu que aparecen en la parte superior. Más o menos dicen así:

El viejo Feng-kan abraza a su tigre y duerme,
acurrucados junto a Shih-te y Han-shan,
todos duermen profundamente, sin pausa.
Mientras, un frágil árbol se aferra a la base de un frío precipicio.
Shao-mu del templo Hsiang-fu saluda con las manos juntas.

Los nombres de esos tres personajes aparecen escritos en los textos de varias maneras: Fengken, Shide, Hanshan, etc, que se corresponden respectivamente con los japoneses de: Bukan, Jittoku y Kanzan.

La leyenda cuenta que, en tiempos de la dinastía Tang, el monje chino Feng-kan de la orden zen solía ir acompañado de un tigre sobre el que se subía a menudo. La pintura se interpreta como un símbolo de la absoluta paz que disfrutan los que han alcanzado la iluminación budista.

Josetsu (s. XV)
Josetsu fue el verdadero introductor de la pintura paisajista china en Japón. A pesar de haber nacido en China, Josetsu pasó parte de su vida en un templo de Kioto donde transmitió sus conocimientos pictóricos a algunos de sus correligionarios, de uno de ellos hablaré la semana próxima. Seguramente su obra más famosa es Hombre pescando un sirulo con una calabaza, datada en 1415 aproximadamente. Con ella se marca un punto y aparte en la historia del arte nipón. A partir de ese momento, el paisajismo apenas abandonará la pintura japonesa. 

La obra le fue encargada por el shōgun Ashikaga Yoshimochi (1380-1428) y originariamente estaba montada sobre un biombo en cuya parte trasera se habían caligrafiado una treintena de poemas de monjes zen basados en el kōan: “Cómo capturar un grande y escurridizo sirulo con una calabaza de cuello estrecho”. Posteriormente se remontó la obra ubicando los versos encima del dibujo. Actualmente mide en total 112 cm de alto y consta de la pintura propiamente dicha, situada en la zona inferior, y los textos mencionados, cada uno con el sello-firma de su autor. 

Josetsu: Pescando un sirulo con una calabaza, c. 1415,
tinta y color sobre papel, 112x76 cm. Taizō-in, Myōshin-ji, Kioto,
actualmente en el Museo Nacional de Kioto. 

Foto: Museo Nacional de Kioto. 

La composición mezcla la vista de un lejano paisaje de montañas, que aparecen por encima de la niebla, con un detallado primer plano donde un personaje intenta pescar un pez gato.

El extraño tema se ha interpretado de varias maneras. Lo absurdo de intentar atrapar un pez con una calabaza se ha relacionado con lo paradójico de los kōan, recordemos que la pintura se inspira en uno de ellos. Por otro lado, la dificultad de conseguir ese objetivo muestra la idea que tiene el zen de la iluminación: un estado imposible de alcanzar solo con el esfuerzo humano, únicamente la insistencia puede propiciar el hecho casual de alcanzarla. 

Desde el punto de vista pictórico, esta obra presenta por primera vez una figura humana que compite en protagonismo con el paisaje circundante, sin verse empequeñecida por la imponente presencia de la naturaleza, algo que se da en gran parte de la pintura japonesa de esta época.

Otra de las poquísimas obras que se conocen de Josetsu es Tres sabios, un retrato de los fundadores del confucianismo, taoísmo y budismo: Confucio, Laozi y Shakyamuni, respectivamente. Se trata de una espléndida pintura con contundentes trazos para las túnicas de unos personajes que ocupan casi todo el formato. 

Josetsu: Tres patriarcas, detalle, c. 1490,
tinta sobre papel, 98x22 cm. Ryōsoku-in,
Kennin-ji, Kioto, actualmente en el
Museo Nacional de Kioto. 

Foto en Whitney Hall, John y Toyoda Takeshi (ed.):
Japan in the Muromachi Age,
University of California Press, 1977. 
Josetsu: Tres patriarcas.
Foto: www.ommarkproductions.com


























Como en otros casos, en la parte superior de la pintura aparece una caligrafía de 1493, realizada por el monje Seishū Ryūtō (¿-1498), que comenta las virtudes de los tres patriarcas de esta manera:

“Gautama, Confucio y Lao. Los tres son uno solo. Uno es como tres.
Los tres juntos reúnen todas las virtudes.
Pueden ser comparados con tres marinos en una gran nave
que contiene el cielo y la tierra y va cargada con lo sagrado y lo profano.”

La sutileza y finura de los trazos del cabello y la barba en dos de los sabios contrasta con la densidad del pelo del tercero quien, situado por encima de ellos, cierra la composición triangular que forman sus cabezas. Sus expresiones, completamente diferentes, quedan reflejadas en sus miradas, cada una dirigida a un punto diferente. Solo uno parece haber notado nuestra presencia.

Con esto concluyo este artículo dedicado a los inicios de la pintura de tinta china en Japón. La semana próxima hablaré de un gran maestro japonés de la sumi-e.

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